lunes, 7 de noviembre de 2011

Y los sueños sueños son

Abrí la nevera para coger la leche y me vine abajo.
—He perdido el control del frigorífico —exclamé. Erre C.A. dejó la cuchara en el cuenco y me miró, pero no dijo nada, por lo que seguí—. No hay quien encuentre nada… Está todo manga por hombro. No sé cómo se pueden desparramar así las cosas— seguí protestando.
—Podque no todoz zomoz tan cuadiculadoz como tú —me contestó el rano al cerrar la puerta.
—¿Es tan difícil poner las cosas altas en los huecos grandes y las botella tumbarlas en los estantes estrechos o en la puerta? ¿O el embutido con el embutido y el queso, los yogures con los yogures…?
—Tú ez que edez un lohista.
—Mira, ¿tu sabes de logística?
—No, pedo teno el poblema de miz colladez. Y zé lo que ez. No hase falta dominad una tésnica pada opinad y zabed de que va. De hesho tú ehedsed d’entedao.
—¿Que yo ejerzo de enterado? En toda sociedad, por pequeña que ésta sea, alguien debe ejercer de lider.
—Loz anadquiztaz no lo ven azí —la mirada que me echó Erre C.A. decía más que su irónico comentario.
—Una cosa es el ideal y otra la realidad que vives —me defendí al ver por donde iba.
—Yo también zueño.
—¿Con qué?
—Con comedme una vaca azada sin pizaz, a la hoda que quieda, yo zolito y zin agadesedzelo a nadie.
—¿Y quién te lo impide?
—¿Ademáz de mi economía? Loz demáz elementoz d’eza zosiedá a la que te defedíaz antez, en ezpesial a zu líded.
—Yo creo que confundes el respeto con la imposición. Además, reconocer la autoridad no es signo de vasallaje. Yo estoy muy satisfecho en ese sentido. Baso en ese valor la relación que tengo con mis mayores.
—Amén —sentenció el rano y yo me lo tomé a mal.
—¿Me tomas a chufla?
—No, podque pod una ves coinsidez con mi pade.
—¿Giuseppe?
—No, zi te padese me defiedo al maedto admedo del oto día.
Me limpié los labios y comenté:
—Bueno, hoy el desayuno no ha sido tan belicoso —metí la pulla—, sino todo lo contrario.
—Sedá pada ti, podque yo sigo zoñando con una vaca.
—Espera un momento —le dije, y añadí desde el umbral de la puerta de la cocina:— Te voy a regalar un colgante cuya idea copié el otro día de Internet… Con el permiso de mi chica, como dices tú —busqué lo que quería, volví a la cocina y se lo di—. Toma, te lo has ganado.
Después de repartir su mirada alternativamente entre el colgante y mis ojos durante unas cuantas veces dijo:

—¿Y petendedaz que te lo agadezca, no?
—Hombre, tu verás…
—Pued decueddame que cuando encuente el pin de Falange que me degaló mi abuelo y que he eztaviado, te lo clave en el pesho ¡Sedá detodsido el tío ezte!

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