Estaba en lo mejor de mi descanso nocturno cuando la chicharra del portero automático empezó a quejarse. Y lo hacía como si le hubieran bajado el sueldo. El constante ruido me sacó de entre los brazos de Morfeo y me metió en un atasco mañanero en la M-40. Hasta que conseguí identificar el ruido del timbre. Hube de levantarme y no lo hacía ni con buen pie, ni con buen humor. Llegué a la cocina como pude, arranqué el auricular del telefonillo, y un “sí” muy enfadado salió de mi boca aún dormida. La respuesta fue inmediata.
—Ede Se A —escuché sin oír.
Por un instinto mecánico apreté el botón que permitiría al rano entrar en el portal. Miré el reloj, y mi boca despertó.
—¡Joder, las siete!
Algo no encajaba en mi cabeza pero, también por un impulso rutinario, me acerqué a la puerta de casa y la abrí. Aún arrastrando los pies por el pasillo, camino del dormitorio, escuché muy lejos:
—¡Buenoz díaz, Mendugo! ¿Tú no codez pod la mañana tempanito?
Y entonces reaccioné. Cambié el rumbo y me dirigí de nuevo a la cocina. Allí pensé un momento.
En ese instante coincidió el comentario de Erre C.A. con mi elección de la mejor herramienta para asesinar batracios. Su comentario fue: “¿Qué? ¿Haz hesho el dezayuno?, y mi elección: el cuchillo más grande.
Cuando llamó mi shica desde Barcelona no le conté nada, pero me preguntó un par de veces que si pasaba algo, que me notaba algo en la voz. Erre C.A. estuvo hasta la hora de comer clavado en la puerta del armario. Eso sí, callado.
Imagen bajada de loslinierosvip.blogspot.com
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