A mi shica
—Mira, Erre C.A., a esto hay que ponerle freno.
—Como a loz caballoz.
—Estoy hablando en serio —le advertí al rano.
—Bueno, ¿y a qué te defiedez?
—A que está todo por el medio… Es muy incómodo —me quejé.
—Ya decoho, ya decoho… —y se puso a retirar del suelo los aviones de papel y a amontonarlos en una silla.
—Si no son sólo los avioncitos. En una semana te ha dado por recortar de las revistas fotos de modelos; y ahí están, las tijeras, los recortes y las revistas. Luego te dio por pintar huevos, y ahí están, ninguno acabado, los pinceles en la cocina y las pinturas encima de mi mesa. Y ahora los
aviones.
—No zabía yo que te moleztadan hazta loz huevoz.
—Precisamente —a pesar de mi enfado quise ser elegante y no me agarré a su comentario testicular.
—¿O zea, que lo que ha liao Ede Se A en ziete díaz quiedez que lo decoha yo en uno?
—No.
—Menoz mal.
—En un día no, en una hora —maticé.
—¿En una zola hoda?
—Si. Y ya —le ordené.
—Colega, Samoda no ze tomó en una hoda.
—Pero yo, en un santiamén, puedo tomar una decisión fatal para ti.
—¿Cómo cuála?
—Como usarte de aspiradora para recoger todo esto. Con esa bocaza que tienes acabaría en un periquete.
—Zi cambiaz d’elestodoméztico, pod mí encantao.
—Bueno, pues te meto un palo por el culo y te uso de escoba, que gasta menos electricidad.
—Y tu culo un futbolín —y como el rano sabe que no subo a la habitación de mi hija salvo por fuerza mayor agregó— . Y me voy con la Hedu que no me entiende pedo no me molezta.
—No metas a mi hija en esto. Y déjala en paz que está estudiando.
—¡Ay, inosente...! —dijo Erre C.A. ya en la escalera.
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