lunes, 14 de noviembre de 2011

¡Y dale molino!

—¡Mendugo!
Escuché el grito desde la cocina, y fui hasta mi zulo. Pensé que le pasaba algo a Erre C.A., o que tenía algún problema con el ordenador… Pero cuando me asomé al cuarto, el tío estaba repantingado en mi sillón y hacía girar un llavero de una “conhénede” en su dedo.
—Te veo muy chulito, ¿eh? Esta vez he venido, pero si quieres algo, te acercas tú, ¿vale, guapo?
—Vale, feo.
—¿Qué quieres? —le pregunté porque no veía yo que él tuviera muchas prisas y yo tenía repollo en el fuego.
—¿A ti te guztan laz adivinansaz?
—No en especial, pero no me disgustan —dije un tanto cortante.
—A ved zi zabez ézta: Tan pequeño como un datón y guadda la caza como mi pade Giuzeppe?
Me acerqué, me asenté sobre mis piernas abiertas, puse los brazos en jarras y me le quedé mirando con mala cara. Él dejó de rotar sobre su dedo el llavero y continuó:
—¡Ah!, y no ez un cushillo de cosina —en un periquete, pasó por debajo de mis piernas y se agarró al marco de la puerta desde donde terminó su choteo—. Te doy una pizta.


Olí a quemado y salí echando leches hacia la cocina. Erre C.A., pensando que iba tras él, más preocupado por su seguridad que del olor, escapó por el pasillo y se encerró en el baño. Desde allí gritó:
—¡Ede Se A tiene una udhensia!

Ese día comió repollo rehogado y quemado.







Imagen bajada de ollagmrecetas.com

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