—Pero si en tu vida has hecho deporte —le solté a Erre C.A. después de desclavarle y sentarle ante la comida. Por supuesto el cabreo por el madrugón había remitido sensiblemente.
—Peddona, pero yo antez hasía campo a tavéz.
—A través de la tele … ¿Y eso de “peddona”, son tus disculpas por lo de esta mañana?
—Ngo, euz guna muntetilla.
—Habla sin los garbanzos en la boca, que ya de natural tengo problemas para entenderte…
Tragó y repitió:
—Que no, no zon dizculpaz, ez una muletilla —me contestó sin miedo a nada porque ya llevaba vaciado medio plato y no se veía en peligro por una posible comida libre. Por ello, me levanté y fui a coger de nuevo el cuchillo. No llegué a tocarlo, porque escuché un “vaaaale” muy arrastrado y largo y otro “peddona”. —Zí, peddona a Ede Se A pod queded eztá en buena fodma —masticó la ironía con cada palabra y cada garbanzo.
—El hecho de que Erre C.A. quiera lucir buen tipo, que le va a costar —yo también me agarré al sarcasmo y a las terceras personas— no implica que Mendrugo no descanse. Sabes que no duermo bien —sentencié.
—Zi hisiedaz esedsisio…
—Y dale molino.
—Yo no zoy un molino —se vino más arriba porque ya daba cuenta del postre.
—Pero como te dé un guantazo vas a dar más vueltas que las aspas de uno con el Katrina de cara.
—¡Menoz loboz! —evidentemente, Erre C.A. se había acabado las natillas.
—¿Me estás retando?
—No. Y codo máz que tú. Y, ademáz, zi me diedaz una llave…
—Acabáramos… Pero no te la voy a dar, te la voy a hacer como te coja.
Como indica la prueba gráfica, le cogí.
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