—Dezde luego, ezte mediodía no hubiedaz ganado una eztella Mishelin —me soltó Erre C.A. a la hora de cenar.
—Es lo que tiene el presionar.
—O zea, que zi pezionaz ¿ze quema lo pezionado? Yo queía que se defodmaba.
—A ti no hay quien te reforme. Y sí, a mí me tienes quemado. Con lo fácil que es decir: Mendrugo, quiero hablar contigo de este tema. Y se habla.
—Ya vez.
—¿Sigues igual? —le pregunté elevando el tono.
—No, no. "Ya vez" ez una muletilla, no un obheto.
—Tienes tú muchas muletillas. Pareces un torero.
—Y tú un distadó, zi me lo pedmitez.
—¿Yo un dictador? —me hice el ofendido—. No veo yo a Franco haciendo la comida a sus Carmencitas.
—Poz yo a ti no te veo didihiendo un paíz.
—En eso estamos de acuerdo. En lo último que me metería sería en política.
—Fanco tampoco. Yo lo desía podque eze tío lo hasía todo pod cohones, y tu…
—Por ahí no me pillas. Yo hace mucho tiempo que los colgué y que la testosterona no me nubla la razón. ¿Y para qué necesitas eso que quieres? —volví al tema principal pero sin querer nombrar las llaves.
—Pada no moleztá cuando vuelvo de la calle.
—¿Qué a ti no te gusta molestar…? Y, además, sales menos que una monja de clausura…
—¡Mida quién fue a hablad!
—Precisamente, como siempre estoy en casa, no necesitas artilugios para acceder a mi casa —me cebé en el posesivo—. ¿Y dónde las ibas a llevar, en la boca?
—¿El qué?
—Lo que tú ya sabes —ni él ni yo estábamos dispuestos a nombrar lo innombrable.
—¿Y a ti qué máz te da? Tanto con la libedtá y la autosufisiensia y luego…
—Si lo que yo me temo es que el día menos pensado vuelva de cualquier sitio y me encuentre con un sarao. Que te temo más que a un nublado.
—¿Hasemos un tato?
—Yo no me tatúo ni te tatúo.
—¡Qué shizpozo, de mayod meshedo!
—A ver, expón.
—Tu me daz un huego y yo me dusho una ves al mez.
—No.
—A la zemana —me quedé pensando—. Ez tentadó, ¿eh? —me animó a aceptar.
—Dos veces. Y también te lavas los dientes.
—¡Ho, qué pezao! Que laz danaz no tenemoz dientez.
—Eso es lo que tú me has colado, pero arriba sí tenéis.
—Pedo zon muy shiquitoz.
—¿Y tú lo zabez, lizto?
—No, pero me lo imagino.
—¿Y qué t’imaginaz?
—Que todo empieza por una mutación. Aparece un buen día un rano al que le gustan más los bocadillos de chorizo que a un alcalde las recalificaciones. Luego tienes el hecho de que lleva debajo de la lengua toda la quincalla que cae en sus manos y se puede colgar al cuello. Y he aquí que no se da cuenta de que le han salido dientes en la mandíbula inferior…
—Tú eztáz mahada, colega —me cortó.
—¿Quieres las llaves o no?
—Zí, clado —me dijo con una sonrisa que en ese momento no interpreté.
—Pues escucha. No te queda otra.
—Ya vez, ahoda, zoy todo oídoz. Pedo luego no dezallodez una teodía sobe la apadisión de pabellón auditivo eztedno en loz batasioz, que te conosco don Bozco. Y te decueddo que haz zido tú el que ha nombado pimedo laz llavez.
Imagen bajada de cubadebate.cu
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