Hoy es viernes. Todos los viernes lo son. Cada día de la semana nos propone y adelanta una sensación particular. Desde la mala fama de los lunes, hasta la propia de los domingos. Son cuentas de un rosario perenne, abalorios que rozan nuestras yemas mientras murmuramos una letanía a media voz, íntima, como un rezo confundido con el ruido de vivir. Y por más que estiramos, que forzamos el ciclo, el miércoles precede al jueves, y nuestras oraciones se repiten. Si los días de la semana nos ubican en el tiempo, también instauran una rutina interesada. Algún lunes dominado llegará que sea viernes. Yo he estado a punto de vivirlo. Acaso otros lo consigan.
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