viernes, 9 de mayo de 2008

En soledad

Nunca ha estado el hombre tan cerca y tan lejos de otro hombre. Jamás se había tenido la real sensación de compartir un fugaz pensamiento con otra persona que, en las antípodas, lo recibe al instante. Tampoco había ocurrido que el vecino del tercero nos fuera indiferente. Acaso odiemos a sus hijos por cómo atentan contra las zonas comunes, pero al padre, al padre le ninguneamos. Ni le saludamos en el rellano de la escalera. La que no ha cambiado, la que permanece inmutada, es nuestra propia soledad. Llegará el día en que se rompa, en que pensar, preocuparse o soñar, sea un acto colectivo, recorriendo el camino inverso de la lectura. Con ello me descubro la forma de concebir algo nuevo, al imposible que la ciencia, empujada por el tiempo, vertebrará como realidad. Pero mientras tanto, y mientras mi hija interrumpe mis pensamientos, éstos se forjarán en la soledad de mi mente; sólo serán compartidos si los comunico, y quizá ni así. Cuando en esa soledad me sobreviene el miedo, daría por lo que temo para que el futuro se hiciera presente. Saberse vulnerable debería ser aprendido en la escuela, y no en la vida.
Para estar solo, basta con desearlo, aunque otros afirmen lo contrario. Y nadie se equivoca. No hay verdad absoluta, y para más inri, tampoco mentira que no sea cuestionable. No obstante, la duda no lo envuelve todo, solamente aquello que negamos siendo evidente, o todo aquello que afirmamos sin tener siquiera una meñique constancia.

No hay comentarios: