Uno cree estar preparado para muchas cosas. Unas frecuentes, otras no tanto. Pero, yo en particular, no me acostumbro a la violencia. Puedo sentir rechazo por el candidato de un partido político determinado, puedo tener manía a un presidente extranjero, norteamericano o sudamericano. Puedo alegrarme de que pierda un equipo de fútbol rival del que sigo, pero jamás entenderé el asesinato de nadie, de un exconcejal, de unos alumnos judíos, de unos ciudadanos de Gaza. Y lo que es peor, la violencia mortal me hace engendrar odio, y el odio me equipara a los asesinos.
Las palabras son las únicas armas que quiero usar —y que entiendo— y las uso con todas mis fuerzas. No para insultar —eso es un desperdicio—, sino para calificar de asesinos a quienes lo son sin duda alguna y en cualquier circunstancia. Nunca se sentirán libres, porque matando, la libertad huye de quienes lo hacen.
Las palabras son las únicas armas que quiero usar —y que entiendo— y las uso con todas mis fuerzas. No para insultar —eso es un desperdicio—, sino para calificar de asesinos a quienes lo son sin duda alguna y en cualquier circunstancia. Nunca se sentirán libres, porque matando, la libertad huye de quienes lo hacen.
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