Va para tres años que me entraron prisas por vivir. Dicho así, la ilusión puede confundirse con velocidad. Pero, mientras no sea tocino, nadie me tachará de confundido. La vida, ese gran objeto de deseo, ha ido poniendo trabas, impedimentos hasta ahora perfectamente evitables. Obstáculos que con un simple rodeo he dejado atrás. Pero —siempre hay un pero— para no recorrer el camino en línea recta, se necesita tiempo. Esa es la gran variable de esta ecuación que voy despejando como puedo, como sé, como pienso a cada paso. En este momento ser yo el primero en importancia no es un pecado de egoísmo, aunque puede ser un subterfugio para sentirme bien. Y, curiosamente, este sentimiento egocéntrico me ha hecho ser más generoso, más tolerante conmigo mismo, mientras que mis demás adquirían una importancia más objetiva. Bien es verdad, que mi reloj ya no lleva la misma hora que los que me acompañan, pero Canarias y la Península sufren este desajuste y no pasa nada —¿otra excusa?—. En fin, que desde esta atalaya, desde donde me veo mínimo y equiparable a cualquier héroe o villano, las cosas se ven distintas. La capacidad de aprender en cabeza ajena me ha servido para mucho; la de soñar también, porque yo, hace casi tres años, y como le pasara y lo contara Martin Luther King, ayer tuve un sueño.
jueves, 13 de marzo de 2008
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