lunes, 27 de agosto de 2012

Inocencia


A Ruth y José


—¿Ze t’ha caído la zondiza al lavadte loz dientez?
—Hoy no estoy de humor, Erre C. A.
—Zólo quedía animadte un poco. He vizto que t’haz levantao un poco tizte.
—Porque me acoste igual. Para mí es incomprensible que un ser humano actúe como un animal. Y más con sus crías.
—Cuidadín que Ede Se A ez un animal.
—Sé que entiendes lo que digo. No pretendas ser también en este caso el ombligo del mundo.
—Te equivocaz. Intento diztaedte.
—De esos actos nadie me puede distraer. Sólo el tiempo atemperará lo que sentimos. No quiero ni imaginar lo que esa madre debe estar pasando.
—A vesez queo qu'edez un inosente decalsitante.
—Más me gustaría ser.
—Mendugo, la vida tae cozaz buenaz y malaz.
—También horribles y peores que malas. Entiendo que los leones y los delfines machos maten sus crías, pero esto...
—Lo que te digo, Candide. Anda que vuezta hiztodia no eztá zalpicada de abominasionez. Como pada zonpendedze.
—Yo no estoy sorprendido. Se veía venir. Pero uno nunca quiere pensar en lo peor.
—La natudalesa humana ez azí. Mida, pod ehemplo, el domingo peddió el Madí.
—No me toque los...
—Las nadisez, colega. Laz nadisez. Que en cuanto piedde tu equipo ho hay quien te hable.
—Te estás ganando una colleja.
—Zi con ezo conziguez algo, tú mizmo.
—Anda, déjame tranquilo.

—Como zi lo eztuviedaz. Pedo, venga, llévame a coztalín, que hase musho que no hugamoz.
—Venga, sube.
—No me tidadáz, ¿no?


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