lunes, 28 de abril de 2008

Crítica

—¡Vaya ezquitod queztáz hesho!
—¿Por?
—Podque un ezquitod ezquibe toz loz díaz.
—Eso está por ser cierto, y además, tú no sabes si yo he escrito este fin de semana.
—Lo ze podque no tevizto el pelo. El viednez teato pod la cada. El zábado tapuntaz a una fedia de azosiasionez, el modingo que zi haz tenío un zobino y eztáz canzao. Que zi huega tu hiha al fúbol. Y el lunez que tenez que decohed del hozpital a no zé quien y luego la compa y la comida…
—Oye, te dejé comida el viernes y el sábado; si no recuerdo mal, descongelándose en el frigorífico. Y el domingo te hice pasta y albóndigas, se lo dije a mi hija porque no tuve tiempo de entrar en esta habitación. No creo que hayas pasado hambre.
—Ya, tío. Pedo tuve que calentadla.
—Pero, vamos a ver. ¿A ti qué te preocupa, que no escriba o perder la buena vida que te doy? Porque no me aclaro.
—Hombe… Hombe…
—¿Hombre qué?
—Que laz doz cozaz. Zi no ezquibez, no zoy naide. Y zi no como me muedo.
—Vaya dilema, ¿no?
—Tú me didás.
—Pero, eso mismo me pasa a mí, y nadie lo entiende.
Se hizo un silencio mientras el peluche y yo nos mirábamos a los ojos. Al final lo rompió él.
—Ven aquí, Mendugo. Cóheme que quiedo dadte un abaso y no llego.
Así, abrazado a mí, me susurró al oído:
—Yo zí que tentiendo, coleguita —y me acarició la barba con su mejilla.
Permanecimos así un buen rato. Él venía de la tristeza, yo me encontraba con ella una vez más. Antes de que se nos fundieran en una, deshize el abrazo, y, con la boca pequeña, le dije: "Quita pesao", y le dejé en su rincón fovorito. Luego, por costumbre, quise premiar su abrazo.
—Te has ganado un caramelo, Erre C.A.
—Con palo, vale.
—Vale, con palo.
Se lo di.
—Gasias, Mendugo.
—Gracias, rano.
—¿Me dehas sentadme un datito en tu zillón?
—Todo el rato que tú quieras.
—¡Ah...! ¡Ezto ez vida!
—Y Mañana no me pongas falta, eh, porque voy a una consulta médica.
—No te peocupez, pedo zi acazo, deha oto cadamelo.

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