Uno descubre con los años equivocaciones que no lo fueron, pero que, aplicadas a una vida, devinieron en “qué hubiera pasado si”. Cojamos un ejemplo. En cuarto de bachiller del Plan de 1956 (creo) los estudiantes debíamos definirnos en cuanto a seguir los números (Bachillerato Superior de Ciencias) o las palabras (Bachillerato Superior de Letras). En ese curso alcancé mi récord en cuanto a calificaciones (matrícula de honor de media); récord, por otro lado inmejorable, no como los 9,69 segundos de Usain Bolt en los cien metros lisos que seguro se rebajarán [jeje]. Antes de que recogiera mi libro escolar de notas, tanto la catedrática de Matemáticas (srta. Caballero) como la de Lengua y Literatura (la Rueda), ésta en connivencia con la de Latín (Pilar ?) me llamaron a la sala de profesores y, en un aparte, se despacharon ambas de forma parecida: “Supongo que seguirá usted el camino de las ciencias/letras”. No hice caso a ninguna, no veía yo que hubiera motivos para abandonar una rama, ni tenía yo unos quince años como para ver claro mi ascensión a la copa. Así que me matriculé en el de ciencias sin saber hoy todavía la razón. Lo que aprendí me sirvió tanto para la vida, como para el trabajo que más tarde desarrollaría, aunque los estudios que después eligiera fueran mixtos (Publicidad). Ahora bien, acabé siendo informático, más por casualidad que por vocación o necesidad. También es verdad que nunca me abandonó mi parte humanística, llamémosla así. Quizá de ahí mi gran afición (¿necesidad) a la lectura. Hoy, después de casi cuarenta años de haberme matriculado en la rama de las ciencias, me pregunto qué hubiera pasado de subirme por la otra. ¿Hubiera acabado harto de la informática? ¿Hubiera empezado a escribir antes?, porque a los cincuenta me puse a ello. Y disfruto como nunca de una actividad que creo ingénita, aunque tardía. Aquellas decisiones, que hoy deben tomar mis hijos y los hijos de los demás, nunca sabré si fueron acertadas, sencillamente porque no se vive dos veces. ¿O quizá sí? Acaso hay algunas que nos hacen volver a nacer, sin que, por supuesto, lo sepamos cuando las tomamos. Por eso intento no arrepentirme de las ya tomadas; por ello lo que hoy califico de error, sé que el paso del tiempo puede convertirlo en un acierto; por todo he intentado, e intento, que aquellos sobre los que tengo cierta autoridad moral tomen sus propias decisiones. En definitiva, que he aprendido algo que no sabía saber, y que pensándome he descubierto. A veces, pensar no es tan malo, porque ni a ellos ni a mí nos va tan mal y porque, lejos de doler, pensar puede llegar a gratificar al doliente.
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