lunes, 4 de agosto de 2008

Mentiras

—Ayer discutí con mi chica por tu culpa.
—Y’aztamoz con laz culpaz d’Edesea.
—Es que me mentiste.
—Yo no miento… —le miré fijamente y continuó en un tono más quedo—. Zi no hay nesezidá.
—Me dijiste que ella te había dado permiso para usar sus collares siempre que no los chuparas.
—Y ez siedto —elevó el tono.
—No sólo se miente por acción, también por omisión.
—¿Y ezo?
—Y eso es que no me dijiste que tampoco te dejaba usar los de oro, por ejemplo.
—Ez que yo no diztingo el odo.
—¿Ni las perlas?
—Ni laz pedlaz. Yo queía qu’edan dedondaz y blancaz, y dezulta que no, que laz hay de otoz colodez y fodmaz.
—¿Y por qué lo sabes, si no las reconoces?
—Podque me pilló con uno y del zuzto que me dio rompí el siede, y me diho qu’eda muy cado y que no tocada loz buenoz. Y que te pidieda pedmizo a ti.
—¿Y me lo dices ahora?
—Lo haz disho tú. Yo zólo confidmo tu impezión. Y ella no diho que te lo diheda, y pada mí zuz dezeoz zon oddenez.
—Mi impresión, mi impresión… Impresión la que vas a tener tú cuando salgas por la ventana.
—¿Y quién me va a tidá?
—Yo mismo.
—¿Tú?
—Sí. Ven aquí.
Intenté asirle, pero Erre C.A. salió de la habitación como una exhalación y mientras gritaba:
—¿Tú y cuántoz como tú?
No me dio tiempo a ver por dónde se las piró. Pero tampoco me preocupé, sabía que a la hora de comer aparecería como si nada hubiera pasado, que en el fondo es lo que había pasado.

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