Es simple pero inestable: la Vida es un derecho para quien la tiene. Nadie, absolutamente nadie, es quien para arrebatártela. Su ausencia, para quien sigue con la suya, es el vacío que jamás se rellena. Pero todos comerciamos con la vida o con su falta. Todos descendemos del mismo tronco fenicio. La muerte ajena, y por extensión el dolor que causa, vende. Y vende más que cualquier otro argumento de mercadotecnia. Y es esa misma muerta ajena, aquélla que a unos destroza y mutila, y a otros, sobre todo en masa, nos encoge el corazón de la que hablo. Dad la noticia, ampliadla si acaso, pero no nos enganchéis a vuestras cadenas con un regodeo en el sufrimiento ajeno. Sabéis que en estos casos siempre respondemos. Ver cómo una periodista (?) pregunta cinco veces seguidas, yendo de una boca a otra: “¿Y usted ha quién ha perdido?”, no es servir a nuestro derecho de información, es rellenar un hueco entre una tira publicitaria y otra. Dejad a la gente con su dolor, y no nos lo sirváis en bandeja de prime time. Al fin y al cabo, en cuanto España (?) gane otra medalla en los Juegos Olímpicos pro derechos humanos, la alegría nacional sofocará el encogimiento de los corazones y estará justificado el cambio de guión. Perdonadme, pero idos a la mierda, y en señal de duelo dejad de emitir lamentos comerciales y ondead a media asta vuestras emisiones. Y eso que los jueces, por una vez, han impedido desgranar en fotogramas la muerte concentrada e íntima. Y hablando de culpables, yo el primero, que en este caso vendo consejos y para mí sí tengo.
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