martes, 11 de noviembre de 2008

Mi Historia Interminable

—¿Pod qué m’aguantad, Mendugo? No tenez ninguna nesezidá —me preguntó con humildad el rano.
—Te equivovas, Erre C.A. Sí tengo una necesidad —le corregí.
—¿Cuála?
—Hoy por hoy, eres la única motivación para seguir escribiendo.
—Puedez ezquibí de cualquié coza —me sugirió.
—Pero solamente tú me haces sentir niño. Sólo encuentro a través de ti la puerta que me da acceso a Fantasía.
—¿Como le ocudía a Baztian en La Hiztodia Intedminable?
—Sí, como en La Historia Interminable.
—Entonsez zoy como un libo.
—Sí, como un libro abierto y por abrir.
—¿Tú az eztado en Fantazía?
—Sí.
—¿Y quién ay?
—El verdadero Mendrugo, un diablo transformado en ángel de la guarda, un joven y un hombre maduro que habían cambiado sus vidas, un diccionario de experiencias, la Guti... Gente como tú. Incluso un hermano gemelo tuyo.
—Ezo ez impozible, zoy iho único. ¿Y pod qué llodaz ahoda?
—Porque cada vez me cuesta más sacar el billete. Lloro porque he estado dentro de mi sueño, porque, cuando creía tenerlo asido, se me ha esfumado entre los dedos. Lloro porque tengo ganas de llorar, no de luchar.
—Amoz qué... ¿Quiedez que te dé un bezito? Le eché una mirada húmeda y sorprendida.
—Dame todos los que quieras, pero no esperes sacar nada a cambio, que te conozco.
—No, mushoz no. Sólo uno. No te queaz que no me cuezta… Pedo antez, zécate. Y no te pometo que no vaya a sená, podque zabez como zoy, pedo hoy zólo me comedé un pozte. ¿Vale?
Yo asentí.
Y él me besó.

No hay comentarios: