jueves, 6 de noviembre de 2008

La maldición

—¿A quién clavas alfileres?
—Al mundo entedo —me contestó Erre C.A. muy contrariado—. Podía azeziná... Eztoy lleno de odio.

—Pues después de la cena de ayer, no sé como te cabe algo dentro.
—¿Todavía ziguez con lo mizmo? Queía que t’abíaz dezahogado con el pozt d’ayé.
—Mira, a unos nos tocó ayer, a otros les toca hoy. ¿Pero que ha hecho el mundo entero para que le desees males?
—Didaz qué no ha esho.
—Vale, don cabreos, ¿qué no ha hecho para que estés así?
—Compendedme…
—Sabrás que todos los que hemos cumplido los cincuenta fuimos adolescentes, ¿no?
—Pedo menoz. Lo tuyo debió zed peezcolá.
—Pues mira, yo creo que si algo no ha cambiado, eso es la adolescencia.
—Yo no hablo d’ella ni de zu fama, hablo de loz adolezsentez.
—¿Y qué tienes tú que no tuviera yo, aparte de ancas cortas y ojos saltones?
—A ti, pod ehemplo.
Y le eché la maldición que mi madre me echaba cuando no me aguantaba.
—Sólo espero que, al menos, te topes con uno de tu calaña.
—Y tú que lo veaz con loz ohoz en laz manoz.

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