martes, 11 de noviembre de 2008

La llamada

Eran las 4 de la madrugada. Llevaba apenas unos minutos entre las sábanas cuando sonó el teléfono. Lógicamente, un timbrazo a esas horas tiene el mismo efecto que un telegrama hace cincuenta años: Malas noticias. Cogí el aparato lo antes que pude, maldiciendo y con el dedo meñique del pie izquierdo dolorido.
—Dígame —contesté con tono preocupado.
—¿Es usted el señor Mendugo? —preguntó una voz muy varonil con cierta sorna.
—¿El señor Mendu...? —reaccioné a tiempo—. Sí, me imagino que sí —con el último dejé escapar la tensión y con el me imagino identifiqué al causante de la llamada, pensando a la vez que sólo hay una persona, por llamarla algo, que me llama así.
—Verá usted, es que tenemos retenido en la comisaría a un… Cómo se lo diría yo… A un…
—¿Un muñeco con forma de rano? —ayudé al presunto policía.
—Eso… Sin papeles, que dice que usted responde por él. De ahí nuestra llamada.
—¿Me está diciendo que ha detenido a Erre C.A. por no llevar o tener papeles?
—Bueno, sí. Pero el dice que se llama Edesea.
—Es que él habla… Bueno, que tiene un defecto al hablar —acorté para no líarla más—. Pero dígale que no abra más la boca.
—Hombre, no es tan grave. No creo que se autoimplique en nada.
—No, si no es por eso. Es que si la abre puede que le encierren por choricear joyas. Pero ahora soy yo el que está largando demasiado.
—¿Responde o no responde usted por él?
La situación era tentadora y la ocasión la pintan calva. Pero recordé su gesto de ayer, su beso, y me pudo más el corazón, como siempre.
—Sí, sí, es de mi hijo —no aclaré que el pavo tiene veintiséis años—. Se lo trajeron de Marruecos —volví a mentir pero no del todo.
—Es que mi compañero no falla, parece que huele a los moros sin papeles, aunque no lleven chilaba…
—Pues dígale a su colega que afine el olfato y lo eduque para localizar delincuentes, sean del Magreb, de Nueva York o de la Banca. Y hablando del asunto de su llamada, ¿tengo que llevar la factura de compra? Se lo digo porque es un regalo y no la tengo.
—No, no se preocupe, con que venga su hijo y nos firme una declaración jurada de que el muñeco ese ha sido importado debidamente, nos vale.
—¿Y si yo le dijera que mi hijo tiene dos años? —propuse sin mentir.
—Entonces, debe venir con él y con el libro de familia. Traiga también un testigo que dé fe de que su hijo es su hijo.
—Pero, oíga, que son las cuatro y pico de la madrugada… —me quejé.
—Las fuerzas del orden no entendemos de horas, caballero, y los delincuentes tampoco, señor mío. Si usted quiere que soltemos al rano, como usted dice, ya sabe lo que hay.
—Pues va a ser que no. Es más, estoy dispuesto a jugarme lo que usted quiera a que a la hora del desayuno le sueltan, con o sin papeles y con o sin mi intervención.
—Porque me pilla de servicio, si no, aceptaba la apuesta. Yo a éste no le suelto mientras esté de servicio.
—Cuando el Comisario se dé cuenta de lo que come y habla el jodío muñeco, ya verá usted como le pone de patitas en la calle.
—A mí nadie me echa a la calle, señor Mendugo —el nombre me sonó a insulto.
—Me refería a que en cuanto se entere el Comisario pone de patitas en la calle al rano, al rano —insistí.
a… —Ah, bueno. Y Ahora que lo menciona, ya han tenido que sacarle tres palmeras de chocolate y dos minicurasanes de la máquina porque decía que tenía hambe —se regodeó el policía en la última palabra y yo en la de los curas pequeños sanos.
—Eso no es nada, se lo aseguro.
….—Vamos a hacer una cosa, si entra usted en nuestra web y rellena el formulario AvaloalsinpapelesB14 sin omitir un campo, le soltamos.
—Délo usted por hecho.
—Pues en eso quedamos. Que tenga buena noche.
"¡Sí, cojonuda, como los curasanos!", pensé aunque dije otra cosa.
—Y usted buen servicio, caballero.
Y ambos colgamos pensando que habíamos perdido una oportunidad de oro.

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