—Me podíaz enzeñá a condusí.
—Y tú a mí a vaguear.
—Vale —dijo con entusiasmo Erre C. A.—.
Hasemos un tueque, tú m’enzeñaz, yo t’enzeño. Un tueque, comno cuando no ze
manehaba el dinedo.
—Empieza tú.
—¿No m’eztadáz tendiendo una tampa, no?
—No. Prometo que cumpliré mi promesa, una
vez que tenga tu aprobado sobre vaguería.
—Poz entonsez vedáz. Ez mu fásil. Ven,
zúbete a mi eztantedía.
—No puedo y no crea que deba, por tu
seguridad, la mía y la de los libros que soporta.
—Bueno, no empesamoz mal.
—Vaya, me alegro. ¿Por qué?
—Podque lo pimedo que haz de apendé ez a desí que no a cualquied odden que
implique un ezfuedso pada ti.
—¿Y lo segundo?
—También lo haz boddado: laz ezcuzaz
deben sed queiblez.
—¿Qué más?
—No haz de tened nunca piza.
—¿Y qué tiene que ver la pizza con hacer
el vago?
—Piza con eze, de dápidez. Haz de tené
pashoda.
—Ah, bueno.
—Ven, asédcate.
—No, que estoy muy a gusto aquí sentado.
—Veo que apendez dápido, ¿eh?
—Será que tengo un buen maestro.
—Me zodpendez, Mendugo.
—¿Por qué? Algo bueno habías de tener.
—No hablo d’ezo, zino del ziguiente tema
a tatá.
—¿Cuál?
—La coba. Intenta adulad al que veaz que
te puede mandá algo. Acazo conzigaz que ze lo oddene a oto. Ezto ze llama la
tésnica de la adulasión hasía el ezcaqueo. ¿Entiendez?
—Perfectamente, hermoso batracio —Erre C.
A. se echó a reír. De sobra sabía yo el motivo, aún así le pregunté—. ¿De qué te ríes?
—Que a Ede Se A nunca l’habían llamado
hedmozo.
—¿Ni su abuela?
—No. Me llamaba pequeño demoño vedde.
—Te lo diría con cariño, seguro.
—No lo eztoy yo tanto, podque cuando pazaba a zu lado,
zi me dezcuidaba, me adeaba un cozcodón.
—¿Sabes? Yo creo que ya he aprendido bastante.
—Poz ahoda viene lo máz difísil.
—¿Y qué es para ti lo más arduo?
—La prástica. Ah, una última coza: no ze te olvide
evitad tuz popioz compomizoz. Ezto ez impodtantízimo.
—Vale, tomo nota.
—Poz zi hemoz acabado con el mazted de vaguedía, me
toca a mí apendé a condusí.
—Pues, hala, a aprender.
—Vamoz, muévete —me azuzó el rano.
—Es tarde.
— Venga, perezoso, vamoz al gadahe.
—Ay, no, que está muy lejos.
—Pedo zi zólo tenemoz que cohé el azsensod, tío.
—Ya, pero pesa mucho.
—Me lo habíaz pometido. Ez tu dezponzabilidá cumplid
tuz pomezaz.
—Y es consejo tuyo que las eluda. Y ésta es una muy
buena escusa, lo cual también me exiges.
—Zí, no puedo negadlo. Pedo...
—Nada de peros. Que hay muchos accidentes de tráfico
y no quiero que el mundo se quede sin un prócer de tu calibre.
—A Ede Se A le güele a shamuzquina.
—Imposible, porque ni he cocinado ni voy a cocinar.
Estoy dispuesto a comerme lo que tú hagas.
—¿Tampoco vaz a hasé la comida? —preguntó un Erre C.
A. preocupado y asustado.
—No. Creo que un buen comedor como tú, hará un buen
cocinero. Si tienes alguna duda me la consultas, yo me quedo aquí a descansar y
de paso repaso lo que me has enseñado. Y muchas gracias, me has ayudado mucho.
—Ya no quiedo pada loz demáz lo que quiedo pada mí. Ezo ez un edó d'eztatehia.
1 comentario:
La última frase me ha recordado a esto.
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