Cuando el hombre no terminaba de serlo y sólo se asomaba a su futura condición, el brujo ya existía. Dominaba el mundo de los muertos, de los vivos y de los sueños. Las cabezas de animales, cobrados y digeridos, de las que colgaban las pieles correspondientes, encimaban las suyas como signo de distinción y jerarquía. Hasta de cazar estaban rebajados.
..... Ogurdnem era uno de ellos. Y en un ritual, del que volvería por la sendas del silencio, congregó un futuro en el que su tribu tenía palabras para todo. En esa ocasión retornó de su trance con los sentidos anegados por el miedo. No transmitió nada. Nada interpretó. Nada dibujó. El respeto de sus congéneres le protegía, tanto como él celaba del fuego.
..... Esa noche, después de remedar el canto de los pájaros diurnos, para ahuyentar espíritus habituales de la oscuridad, en la penumbra de la gruta comunal y tapado con su ajada piel de oso, no durmió; fijó sus ojos en la gran fogata que tapaba la boca de la gran caverna. Y el fuego le habló. Aquello que las llamas le sugerían anestesió su descanso. Un millón de danzas bailaron las altas llamaradas; le susurraron un millón de suspiros. El crepitar de la leña, su chisporroteo, ponía el fondo musical a ese primitivo ballet. Jamás pudo comunicar a su tribu que la Tierra les engulliría, que de sus cenizas nacerían otras criaturas que anidarían en el umbral de los sueños reales, en la frontera que ellos nunca traspasarían. Pero Ogurdnem murió antes que el fuego evocador dijera su última palabra. Vislumbró, eso sí, el primer estadio de los que llegarían y reinarían: sólo niños y niñas danzando a ritmo de inocentes juegos.
..... Ogurdnem era uno de ellos. Y en un ritual, del que volvería por la sendas del silencio, congregó un futuro en el que su tribu tenía palabras para todo. En esa ocasión retornó de su trance con los sentidos anegados por el miedo. No transmitió nada. Nada interpretó. Nada dibujó. El respeto de sus congéneres le protegía, tanto como él celaba del fuego.
..... Esa noche, después de remedar el canto de los pájaros diurnos, para ahuyentar espíritus habituales de la oscuridad, en la penumbra de la gruta comunal y tapado con su ajada piel de oso, no durmió; fijó sus ojos en la gran fogata que tapaba la boca de la gran caverna. Y el fuego le habló. Aquello que las llamas le sugerían anestesió su descanso. Un millón de danzas bailaron las altas llamaradas; le susurraron un millón de suspiros. El crepitar de la leña, su chisporroteo, ponía el fondo musical a ese primitivo ballet. Jamás pudo comunicar a su tribu que la Tierra les engulliría, que de sus cenizas nacerían otras criaturas que anidarían en el umbral de los sueños reales, en la frontera que ellos nunca traspasarían. Pero Ogurdnem murió antes que el fuego evocador dijera su última palabra. Vislumbró, eso sí, el primer estadio de los que llegarían y reinarían: sólo niños y niñas danzando a ritmo de inocentes juegos.
..... Por eso aquel brujo murió feliz y en paz, acuclillado delante de la pira defensiva, en un vano intento de columbrar un futuro que no le correspondía. Envuelto en la piel de oso, yace desde entonces en la sima del ignoto y evocador pasado, cerca de la condición humana. Los eslabones no se pierden, ocurre que no se encuentran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario