El de la consola |
—Me l’ha dehao tu hiha.
—¿Seguro?
—Bueno, mehod disho, ze la ha dejado
cargando en el zalón.
—Y tú se la estás descargando, ¿no?
—No. M’h’envisiao con el Comecocoz.
—Me extraña que tenga ese juego.
—Yo ez que a todoz loz huegoz loz llamo
igual. Al fin y a la pozte todoz te comen en tado, como tú.
—Yo no intento comerle a nadie nada. Eso
tú, que estás todo el día penando por el hambre que hace.
—Vez, ya m’han matao. Pod tu culpa.
—No me extraña que te maten, razones nos
sobran a otros. Y como llegue la gordi y no esté cargada la maquinita te van a
volver a matar. Mejor harías en leer algo.
—¿Y tu hiha, qué?
—Ya te he dicho que yo no le como el coco
a nadie.
—O zea, que Ede Se A ez nadie.
—Mira, no sé si eres o no eres alguien,
pero lo que sí sé es que la consola dichosa no te la han dejado, la has cogido
tú por tu cuenta y riesgo.
—Ni que fueda una piztola, pod mi cuenta
y diezgo...
En esos momentos se oyó la puerta de la
calle, y el “¡hola!” de mi hija nos llegó nítidamente seguido de un “¿qué
hacéis?”.
—Mira, ahí la tienes —le avisé al rano
con una sonrisa en la boca.
—Toma, toma —le entraron las prisas y la
cagatina—. Dile que la eztabaz limpiando.
—¿Yo? Yo no toco esas cosas ni para
limpiarlas.
Entró mi hija en el salón y a Erre C. A.
le faltó tiempo para intentar tirar la piedra y esconder la mano.
—Tu pade la ha cohido y lleva un buen
dato hugando. ¿Quiedez que te la cadgue? A mi no me impodta podque zé que
faztidia id a hugá y no tened batedía.
—¿Y tú como lo sabes si no tienes consola?
—Poz, poz...
—Pues trae para acá y no la vuelvas a
coger sin permiso —y mi hija salió de nuestro zulo.
—Ez duda la shica, ¿eh?
—No, la chica no duda, lo tiene claro. Ya
te lo había avisado.
—Anda que m’haz ayudao.
—Encima que me querías cargar a mí el
muerto.
—Adiedoz zomoz y en el camino noz vedemoz.
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