—Pues deberías encontrarlo porque todos tenemos uno
—Poz a mí me debieron padid zin él.
—Yo que tú lo buscaba en el mismo sitio que la vergüenza. Y no me
digas aquello de que era verde y se la comió un burro, que todo se lo achacamos
a los animales.
—No, zi la vedgüensa zí zé cuando la peddí.
—Sí, ¿cuándo?
—Cuando tuve conciencia de que eda hiho de una camella.
—¿Y dónde?
—En el cole. En la shadca del tío Abdel Ali.
—¿Sabes cuando la perdí yo?
—No.
—Cuando mi hijo era pequeño.
—¿Y dónde?
—En la calle. Íbamos de paseo y yo hacía y decía cosas que jamás
habría imaginado.
—Poz alguien ze la encontadía. ¿Y tu lado ozcudo?
—Ese le tengo bien oculto, pero lo tengo.
—Lo de muy oculto ez una opinión muy zubhetiva.
—Deja la ironía que no te va. Pero me lo habrás visto tú alguna
vez, no te digo.
—Ah, ¿no? Pod tuz bolzilloz fodman padte d'él.
—¿Te refieres al dinero?
—Máz o menoz.
—Ya, porque yo en los bolsillos sólo tengo pelusas de lo que
quise ser, listo. Y, además, no conozco a nadie que los lleve iluminados, o
sea, que oscuros siempre están.
—No zedía un mal invento, bolzilloz iluminadoz pada buzcad mehod.
Pedo, me dehaz una linterna, pod favod que te voy a buzcad en loz bolzilloz.
El de la linterna |
—¡Tú estás tonto!
—Vale, eztoy tonto, ¿pedo me dehaz?
—Venga, vale... Toma, la linterna.
—Ven, asedcate que te esho un viztaso.
Con la linterna encendida y alumbrándome el bolsillo derecho de mi
pantalón el rano se asomó a él y metió la mano.
—Tienez dasón, en ezte zólo hay peluzaz de iluzionez asulez. A ved
en el isquieddo. Vuélvete... Ahá, mida, en ézte hay un dezto de odio.
—Pues sácamelo.
—No, colega. Yo eze tipo de cozaz ni laz toco. Tenez que zed tú
mizmo el que lo zaque. Déhame un lápis, no zea que me ensusie con ota coza
d’ezaz —y siguió hurgándome mientras yo me sentía cada vez más incómodo—.
También hay migas d’intoledansia.
—Vale, déjalo ya —y le di un pequeño empujón para apartarle.
—Bueno, no te pongaz azí.
—A nadie le gusta que aireen sus trapos sucios.
—Lo que teníaz que hased ez dadte la vuelta a loz bolzilloz antez
de metdloz en la lavadoda.
—Y tú deberías de buscar en tus bolsillos en vez de enredar en los
de los demás.
—Ede Se A no tiene ni biolzilloz ni doblesez. Ez lo que tiene zed
un muñeco de tapo.
—Pues entonces te doy la vuelta como un calcetín y te meto en la
lavadora.
—Oye, oye, que lo de laz migas ezaz de intoledansia y odio eda una boma, mantengamoz la fiezta en
pas.
—Mentiroso.
—Intodedable.
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