sábado, 13 de octubre de 2007

Un apunte en la vida de Mendrugo

A las siete de la tarde la luz del sol ya declinaba. Prácticamente la mitad de las noticias que al día siguiente llenarían las páginas de los diarios ya se habían producido. La que nos ocupa no aparecería. Su carácter particular e íntimo no se prestaba a ello. Para ser noticia, la nueva ha de mover al interés general de quien la conoce, o al particular de quien la divulga.
...........Mendrugo, ya convertido en diccionario de experiencias, disfrutaba de la lluvia caída, tanto como de los rayos del sol que a última hora había decidido salir a pasear como él. Saltaba de un charco a otro como si de una carrera de ranas se tratase. La cuesta abajo permitía ahorrar fuerzas y ganar distancia en cada salto.
...........—¡Hombre! Tú por aquí —escuchó a su izquierda el saltarín.
...........—¡Hola! —respondió Mendrugo a aquel saludo salido de una campana de bronce.
...........—¿Dónde vas?
...........—En esto de los saltos la dirección es lo de menos.
...........Mendrugo miró a su alrededor y una vez ubicado explicó:
...........—No pensaba llegarme por aquí… Ni por ningún sitio, la verdad. Pero, ¿qué tal vosotros?
...........—Bien. Por aquí el tiempo no pasa —contestó la voz cavernosa y metálica—. Solamente los hombres repitiendo una y mil veces los acontecimientos que ya otros compartieron. A ti te veo como antaño.
...........—Por la misma razón. Por mí el tiempo no corre, solo está. Me ocurre igual que a vosotros. ¿Y tu compañero cómo sigue? —se interesó Mendrugo por el otro león.
...........—Igual de triste y callado que en mil ochocientos sesenta y cinco. Sigue sin entender el cambio que el hombre produjo en nosotros.
...........—Pues ya debería haberse acostumbrado, ¿no? —opinó Mendrugo.
...........—Recuerda lo del tiempo… Y además, ver deambular a la gente no le distrae. Y eso que le ha tocado mejor vista que a mí.
...........—Tienes razón. En estos atardeceres Neptuno se alía con los cárdenos y los ocres y viste la plaza de Canovas de grana y oro. Como hoy. Lástima que no puedas torcer el cuello.
...........—No digo que no. Pero aún así, a él lo que le gustaba era eso de lanzar proyectiles en África. Eso fue lo que me dijo en una de las pocas ocasiones en las que ha hablado.
...........—Pues, si esa era su misión y su gusto, mejor que no abra mucho la boca.
...........—Lo de la bola tampoco le agrada —continuó el león de más peso—. Dijo en su momento que era mejor lanzarla que sujetarla con el pie. A mí me da igual, mientras no se me escape y le caiga a alguien en la cabeza, me doy por satisfecho. Aunque si pudieran hacer algo para que viera al oso y al madroño, lo agradecería. Porque siguen en la puerta del Sol, ¿no?
...........—La verdad es que he debido pasar a su lado, de allí vengo, pero no me he fijado. Si tú no me hubieras hablado, tampoco te hubiera visto.
...........—Es que, cuando llega la noche es lo peor —volvió a la queja el león charlatán—. A mí sí me gusta ver a la gente. Pero por la noche no se ve un alma.
...........—Eso, creo yo, es cuestión de cómo se mira. Otro día, si me acuerdo y ando por esta zona, te traigo una de mis gafas. Las que llevo puestas me son necesarias para entender a la gente de por aquí. Pero si quieres, me quedo contigo y pasamos la noche juntos. No creo que a Secundina la importe.
...........—Eso se lo dirás a todas…
...........—No entiendo —puntualizó Mendrugo.
...........—Déjalo, es una broma tonta. Una forma de hablar que he oído por aquí más de una vez. Pero, por mí te puedes quedar. Recibimos muchas visitas; incluso de los que como tú no dan la mínima importancia al tiempo. Pero pocos nos hablan y menos nos escuchan…
...........—A mí no es que el tiempo no me importe, es simplemente que está ahí, que flota como las luces que se apagan y encienden.
...........—Dichosos vosotros que os pensáis inmortales.
...........Al final, Mendrugo no pasaría la noche con los leones, sino con su amiga Secundina. Otra pareja, ésta de uniforme y armada, le informó que allí no se podía estar. No adujeron motivos. Y menos cuando oyeron despedirse a Mendrugo de la estatua. Aquella noche, como casi todas, los leones que adornan la fachada del Congreso de los Diputados la pasarían en soledad. Para Mendrugo, por el contrario, la noche no sería ni larga ni corta. Sabiéndose acompañado de todos y cada uno de los inmortales humanos, aquellos para cuya realidad la eternidad se encierra en un partido de fútbol con los amigos, la noche sería el preludio de una nueva mañana; y como quiera que era sábado, sin cole.
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