Nunca he sido seguidor de Els Joglars, y por consiguiente de Albert Boadella. Estos días es noticia por haberse hecho con el premio Espasa de ensayo de este año. Y posteriormente por hacer efectiva la primera parte del título de su premiado libro (Adiós Cataluña. Crónica de Amor y de Guerra). Deduce Boadella, de los medio vacíos cosechados en las salas catalanas donde ponía en escena sus obras, que existe un boicot político contra su actividad profesional, indiferencia impuesta y secundada por sus compatriotas. En este sentido se preguntaba cómo era posible llenar en Madrid y dejar a medias los patios de butacas catalanes.
Lo fácil sería opinar en base al refranero: Nadie es profeta en su tierra. Simplón y, además, mentira, porque sobrados ejemplos de lo contrario hay. No puede ser tan porro lo que le ha tocado vivir al “bueno” de Albert. Bueno, no en el sentido de tonto, sino de buscador de libertad; sobre todo de libertad de expresión. Por esto y por lo anterior, me identifico con él. Pienso que a pocos políticos les agrada ver su verdad publicada y cuestionada. Y más si quien les critica les entiende.
Hoy estoy triste. Un catalán no se siente libre en Cataluña. Yo, que vivo en Madrid, que aquí he nacido, que por mis venas corre el cincuenta por ciento de sangre catalana, y que no tengo ningún sentimiento (ni necesidad) nacionalista, me siento libre para, al menos, decir lo que pienso, lo que siento. No me noto rechazado por ello, por no ser nacionalista. Claro, que es porque mi opinión no es considerada. Eché de menos en su momento no sentirme de ningún sitio. Hoy, después de lo que me ha llegado y me llega, concluyo que el sentimiento nacionalista (en el sentido de patrioterismo) resta más que suma. Obliga a ocuparse contra los que comparten esa exacerbada identidad, que, por otro lado, encona sus sentimientos y deforma sus derechos. Otra cosa es el idioma, las costumbres, el amor a la tierra donde tus hijos comen o donde vimos la luz. En este caso, el idioma catalán debe ser defendido mientras un solo hombre lo hable, de la misma forma que el kazajo o el tagalo. Esto me lo ha ido transmitiendo uno de los catalanes más notorios que conozco: Serrat. Él y lo que yo he pensado solito. De aquí en adelante, nadie, repito, nadie va a poder alejarme de los catalanes, ni aquellos mismos payeses que no quieran acercarse a mí por haber nacido en Madrid. Ya me he tragado el tema suficiente tiempo. El mismo que hoy reconozco haber estado equivocado, distorsionado por prejuicios tontos y fabricados. ¡Visca Catalunya! ¡Viva Madrid! Y otro viva para todo aquel que abandone un prejuicio creado por intereses que no responden a la libertad. Lo siento Albert , de verdad que lo siento, pero esta vez te ha tocado a ti. Todo nacionalismo está al mismo nivel, y sentirse orgulloso de haber nacido en un lugar determinado, al no ser un acto voluntario, no debería ser considerado como una característica diferenciadora, individualidad que ataca la única cuestión importante en cuanto a identidad y señas: que todos, todos, tenemos el derecho de ser y sentirnos libres.
Nota:- Al final, el vencido termina imitando al vencedor.
Lo fácil sería opinar en base al refranero: Nadie es profeta en su tierra. Simplón y, además, mentira, porque sobrados ejemplos de lo contrario hay. No puede ser tan porro lo que le ha tocado vivir al “bueno” de Albert. Bueno, no en el sentido de tonto, sino de buscador de libertad; sobre todo de libertad de expresión. Por esto y por lo anterior, me identifico con él. Pienso que a pocos políticos les agrada ver su verdad publicada y cuestionada. Y más si quien les critica les entiende.
Hoy estoy triste. Un catalán no se siente libre en Cataluña. Yo, que vivo en Madrid, que aquí he nacido, que por mis venas corre el cincuenta por ciento de sangre catalana, y que no tengo ningún sentimiento (ni necesidad) nacionalista, me siento libre para, al menos, decir lo que pienso, lo que siento. No me noto rechazado por ello, por no ser nacionalista. Claro, que es porque mi opinión no es considerada. Eché de menos en su momento no sentirme de ningún sitio. Hoy, después de lo que me ha llegado y me llega, concluyo que el sentimiento nacionalista (en el sentido de patrioterismo) resta más que suma. Obliga a ocuparse contra los que comparten esa exacerbada identidad, que, por otro lado, encona sus sentimientos y deforma sus derechos. Otra cosa es el idioma, las costumbres, el amor a la tierra donde tus hijos comen o donde vimos la luz. En este caso, el idioma catalán debe ser defendido mientras un solo hombre lo hable, de la misma forma que el kazajo o el tagalo. Esto me lo ha ido transmitiendo uno de los catalanes más notorios que conozco: Serrat. Él y lo que yo he pensado solito. De aquí en adelante, nadie, repito, nadie va a poder alejarme de los catalanes, ni aquellos mismos payeses que no quieran acercarse a mí por haber nacido en Madrid. Ya me he tragado el tema suficiente tiempo. El mismo que hoy reconozco haber estado equivocado, distorsionado por prejuicios tontos y fabricados. ¡Visca Catalunya! ¡Viva Madrid! Y otro viva para todo aquel que abandone un prejuicio creado por intereses que no responden a la libertad. Lo siento Albert , de verdad que lo siento, pero esta vez te ha tocado a ti. Todo nacionalismo está al mismo nivel, y sentirse orgulloso de haber nacido en un lugar determinado, al no ser un acto voluntario, no debería ser considerado como una característica diferenciadora, individualidad que ataca la única cuestión importante en cuanto a identidad y señas: que todos, todos, tenemos el derecho de ser y sentirnos libres.
Nota:- Al final, el vencido termina imitando al vencedor.
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