miércoles, 3 de octubre de 2007

La corona y el burka

Corre por ahí una leyenda urbana afirmando que el rey Juan Carlos al ver a uno de sus invitados beberse el cuenco de agua con una rodaja de limón, que en las mesas finas se pone a cada comensal para su aseo y eliminación del olor a marisco que se come sin cubiertos, también se bebió el suyo. Así intentaba no dejar en mal lugar al regalado. Si ello fuera cierto, mañana o cualquier día próximo debería mandar a alguna de sus nietas con burka al cole o a la guardería. Más que nada por seguir siendo consecuente. Si la corona avala la democracia para todos los españoles, estoy seguro que no todos somos católicos como él y sus antepasados, aunque no compartan sangre. Él nos fue impuesto por un dictador; luego, fue refrendado por algunos españoles, la mayoría. De lo que podemos deducir que esa mayoría, en este sentido, tenía los mismos gustos que el Paquito guerrillero. Menos mal que yo voté NO. Y aún no me arrepiento, porque si el 22F él estuvo donde tenía que estar, que era su obligación (que para eso le pagamos), nosotros nos echamos a la calle con dos cojones, sin un sueldo fijo y pagando impuestos. Y como apostilla decir que un día mi hija me dijo que quería estudiar para reina Sofía. Si lo llego a saber le hubiera dicho que estudiara periodismo. Hasta hoy no he podido explicarle porqué no puede opositar a ese oficio viviendo en un país democrático. Espero que algún día lo entienda, como tantas otras cosas que soy incapaz de explicarme yo mismo, tal que un reino parlamentario no es un estado democrático en el que ninguna real familia tiene privilegio alguno.

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