A los que corren más que juegan, no les sirve ser, sino parecer. Triunfar ya no es un deseo íntimo. Triunfar es vernos donde a otros vemos, allí donde se han hecho acreedores de nuestros odios y envidias. El imperativo quiero ser ha sido sustituido por el condicional ¡quién fuera!, consuelo tan virtual como la propia publicidad o la lotería. La actitud es ir caliente, incluso cuando la Tierra aspira a otra glaciación. Y el ande yo caliente no es un consuelo, aunque citar el proverbio parezca una incongruencia junto al neotriunfar. Pero solo es a primera vista, porque el que envidia no busca, ni tendrá, consuelo. Aquél que está dispuesto a toda costa por llegar a ser más (o igual) que el que envidia, obviando su propio camino, a ése se le definió como Adán; aquel personaje mitológico que mordió una manzana por querer ser Dios, y se quedó sin serlo y sin manzana. La excusa sexista, siempre hay una a mano, es que fue la hembra quien se la ofreció. Yo, como nunca me he creído lo de la mujer y la serpiente, no quiero triunfar, prefiero la manzana a ser Alá o Buda; o presidente de los Estados Unidos. A mí me gusta jugar.
sábado, 24 de febrero de 2007
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