Hoy he aprendido algo simple, aunque mejor expresado estaría si digo que le he dado importancia, porque saberlo, lo sabía. No es más que el roce hace el cariño. Mi madre, ochenta y seis años, está sola, con la soledad de su vejez. De motu propio se apuntó a una residencia, y por voluntad allí sigue. Soy el único hijo, de cuatro en total, que cada domingo, y envuelto en una hora, la regala (le devuelvo) cariño por amor. Ahora ella a quien realmente tiene en cuenta es a una compañera, María, que la acompaña y la lleva al baño arrastrando la silla de ruedas. Ha olvidado prácticamente a sus hijos (?), a los que no ve, y no por el deterioro neuronal que su edad conlleva, sino por eso mismo, por no verlos. No hay roce, hay olvido. Bendita seas María. Mas lo peor es que si hubiera qué heredar, heredaríamos aunque María no, claro. Las leyes protegen los intereses de los descendientes, pero nada hacen contra el abandono moral y sentimental de los ascendentes. Hoy en día, que se intenta regular todo derecho , deberían crear las pruebas de acceso a las herencias. Y como soy pesimista, estoy seguro que los suspensos superarían a los aprobados.
domingo, 12 de agosto de 2007
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