A los que corren más que juegan, no les sirve ser, sino parecer. Triunfar ya no es un deseo íntimo. Triunfar es vernos donde a otros vemos, allí donde se han hecho acreedores de nuestros odios y envidias. El imperativo quiero ser ha sido sustituido por el condicional ¡quién fuera!, consuelo tan virtual como la propia publicidad o la lotería. La actitud es ir caliente, incluso cuando la Tierra aspira a otra glaciación. Y el ande yo caliente no es un consuelo, aunque citar el proverbio parezca una incongruencia junto al neotriunfar. Pero solo es a primera vista, porque el que envidia no busca, ni tendrá, consuelo. Aquél que está dispuesto a toda costa por llegar a ser más (o igual) que el que envidia, obviando su propio camino, a ése se le definió como Adán; aquel personaje mitológico que mordió una manzana por querer ser Dios, y se quedó sin serlo y sin manzana. La excusa sexista, siempre hay una a mano, es que fue la hembra quien se la ofreció. Yo, como nunca me he creído lo de la mujer y la serpiente, no quiero triunfar, prefiero la manzana a ser Alá o Buda; o presidente de los Estados Unidos. A mí me gusta jugar.
sábado, 24 de febrero de 2007
jueves, 22 de febrero de 2007
La Vida y yo
Las más de la veces que escribo, me cuestiono si soy escritor o no. La vocación y la grata sensación que siento mientras lo hago me dicen que sí, mas la razón me susurra que soy del otro bando, nunca contrario; que soy un lector tránsfuga, entre otras cuestiones por la comodidad. ¡Dónde va a parar! Y yo tampoco me veo. Siento cómo la Vida me va poniendo comas, como si me dijera «¡toma un poco de aire, hombre!». Cuando se repiten mucho, las comas, me cuela una con punto encima, y se lo agradezco; más que nada por romper la rutina, por dejar en su contexto las frases separadas por las primeras y delimitadas las fases por las segundas. Después viene el punto y seguido. Reparo fuerzas, me tomo un momento y al tajo, que pa luego es tarde; aunque si puedo le hago una trampilla y acabo la frase con una admiración o pregunta, y así no lo puede poner. Los puntos y aparte nos los repartimos sin cuestionarnos quién pone más. Cada uno, ella por sorpresa y yo por voluntad, cambiamos de renglón según nos parece, aun a sabiendas que el sujeto de todo lo escrito es el mismo. Yo, como he dicho, dejo a la vida hacer y deshacer. Bien es verdad que lo hago en la medida que ella me lo permite, pero me consiente actuar más sobre la puntuación intermedia. Somos cómplices, un poco rivales también; por eso nos vigilamos, nos dedicamos miraditas de soslayo, pendientes para que ninguno ponga el punto final. Y así, yo disfruto escribiendo y ella a su cotidianidad, que como madre, siempre anda encima de mí.
lunes, 19 de febrero de 2007
Los delfines y Adolf Hitler
Ni los hombres son tan malos, ni los animales tan buenos. La naturaleza se equivoca tanto como ambos. Mírese a los delfines, ahora nos cuentan que matan a sus bebés. ¡Quien lo hubiera pensado viéndoles saltar en el delfinario! Y que conste que me siguen cayendo puta madre; igual que los hombres, por más que se imiten unos a otros. Eso sí, hablo del hombre, no como especie, sino como grupo sexuado, al igual que del delfín. Madre es difícil encontrar que viendo lo que ha traído a la vida, mientras crece o ya crecido, le aparte de la misma, y le mande a cenar con Cristo, aunque no tenga qué darle una noche tras otra. Aunque, abrigando dudas sobre el aborto y no siendo partidario de penas de muerte, algunas debieron hacerlo. Con Cristo, con Buda o con Alá, que para el caso es lo mismo. Vaya dilema se le hubiera presentado a Klara Pölz si hubiera sabido dónde iba a llegar su retoño; sobre todo después de verle llorar tras una paliza de herr Hitler, que en realidad debería haber llevado el apellido Schikelgruber, como su madre soltera. Vamos, que en términos vulgares y de la moral de la época, tanto padre como hijo fueron unos hijos de puta, sin que sus madres o abuelas lo fueran. Y lo del apellido se refiere a lo retorcidos que ambos salieron. Y vaya dilema que tengo yo ahora con los defines machos. ¡Joder!, a veces conocer no hace tan feliz como creía.
domingo, 18 de febrero de 2007
viernes, 16 de febrero de 2007
Me enteré ayer
Me entero ayer —siempre hay uno— por la televisión —doble alegría— que las causas de las guerras referidas a intereses económicos son las menos. Que los orígenes de muchas de ellas son, las más de las veces, hijas de la necesidad de clasificar a nuestros congéneres, menester que solo la especie humana trabaja. Podía haberlo pensado yo solito, ¿no? Y no es que crea todo lo que oigo acompañado de imágenes; mas, habiendo tenido estrecho tiempo para pensar sobre el negocio este del te mato porque no eres de mi grupo y tú a mí no, porque estás muerto, con esta nueva luz, llego a conclusión factible: hasta ahora, clasificar a las personas, acto más que reflejo, lo había considerado, si no inocuo, sí cotidiano; ajeno al riesgo contaminante de la violencia. Y lo traigo a colación pues parece que va llegándome la hora —que ya está bien— de arrancarme tópicos y eslóganes ambidiestros de la sesera. Nunca es tarde para aprender y ensanchar las propias y extrañas miras. Hoy, mejor aseado de conciencia y menos autómata, me noto un poco —solo un poquito— más libre y ágil para apreciar lo que me rodea. Hoy me siento un poco menos blanco, menos occidental, menos madridista, menos señor mayor, menos padre, menos poeta muerto, menos macho, menos melenas, menos mano de obra, menos madrileño, menos español, menos europeo... Que sea para bien, mío y de todos los colchoneros, vascos, árabes, adolescentes, hijos, hembras, potentados, poderosos, aldeanos... Y sigo sin resolver mi aversión a pertenecer a club alguno, ¿será que soy un inadaptado? Será, mejor, seremos.
jueves, 15 de febrero de 2007
Sobre el equilibrio social y cultural
Hay quien lleva a cuestas lo que le sobra y otros soportan aquello que les falta.
De la información
Leo los periódicos, oigo la radio…; no hay otra salida. De vez en cuando, entre jerigonza partidista y periodística, encuentro donde poner atención sin sentirme manipulado. La murmuración y la adhesión a un grupo se han elevado a rango de oficio; y los trapos sucios y el puede, a manjares de bocas que, antes de soltar la mala baba, deberían pasar una prueba deontológica; aunque nunca fui partidario de exámenes. Alguno habría que lo salvara, que supiera discernir entre los deberes a los que se obliga al empuñar una pluma o un micrófono, y los derechos individuales a ganarse el pan sin maltratar la propia profesión. Es verdad que entre el trigo está la paja, pero aun corriendo vientos de libertad, esta última se aferra a la tierra. Y algunos no llegan ni a desear reconocimiento profesional y social, que con hermana menor se conforman. Ser popular hoy por hoy no tiene mérito. Baste a cualquiera asomarse desde dentro a una pantalla tonta, digo mejor, menguada por las industrias que se ven y se oyen, para que a tu paso alguien comente o pregunte dónde te vio, de qué te conoce. Si te asomas por tercera vez a la rutina de los que miran y ocian, la pregunta muda y te reafirma: “¿Ese no es el que ayer salió por la tele? A la curta, y en contra del refranero, va la vencida; ya no hay duda, tú eres el del programa de ayer. Yo añadiría y el de anteayer, y el de siempre; y el de todos los días diez veces, mañana tarde y noche; que las veinticuatro horas televisivas parecen haberse convertido en diez minutos de quiosco. Y los hay, periodistas, que argumentan que si el famosete de turno vende sus bragas, ellos también quieren su parte, aunque sea la menos recomendable. Y se olvidan de nosotros, del respeto que se debe a quien no quiere saber de prendas íntimas ajenas; de quien, con toda la buena voluntad del mundo, busca distracción. Si tú vendes, yo compro; si no, informo. Bonito lema para quien busca la verdad, sin tener en cuenta que muchas veces lo hace inmerso en la mentira, que no deja de ser un invento de todos. Y lo peor es que dentro de los afanes de cualquier madre, se ha colado el deseo de que su hija o hijo se adhiera a estas huestes, evolución del deseo de aquellas otras que hace cincuenta años soñaban a los hijos colocados en la banca y a las hijas bien casadas. La cultura popular evoluciona, pierde lo que tenía de popular y lo gana en vulgaridad. Una abuela ya no te cuenta una cuita de la guerra, de un tiempo pasado en infancias más difíciles, no, te cuenta el último chisme de quien menos te importa. El abuelo, que no ha sido capaz de asimilar el cambio, se refugia en el alzheimer y te recita de coro la alineación de su equipo cuando iba en tranvía al fútbol, sin que le pese la actual división partidista del cuarto poder; a él ya le resbala, para lo que le queda en el convento... Día vendrá que los telediarios, en vez de noticias, divulguen los pormenores de las peleas de los vecinos de la hijas no reconocidas de los mozos de espadas de unos toreros que se casaron con unas tonadilleras vírgenes; día vendrá que nos dé el parte meteorológico un lumbreras, que también asiste a la jet , usando del tarot patrocinado por un partido político, asociación inserta en una dieta para adelgazarse las neuronas con el fin de que los pensamientos sean menos pesados y las digestiones de ruedas de molino más llevaderas. Importarán poco el sol, las nubes o las temperaturas ya que el cambio climático será agua pasada. Y luego nos prohíben fumar, como si por los ojos y los oídos no entraran virus que afectan a la razón; razón que por no tener dueño anda por ahí sin interesar a nadie. Bonito día amanece y yo con estas ideas...
domingo, 11 de febrero de 2007
Dilema resuelto
Confirmóme ayer mi hijo (25 tacos) que entre la Universidad y la Red, elegía la segunda. No fue sorpresa, sino descanso. El error hubiera sido mantenerse en la duda, no decidir. Perdónenme los académicos y resto de tutores perpetuos, pero tan buena o tan mala puede ser la una como la otra. También con decisión descansaron padre, madre e hijo (faltó el Espíritu Santo). Sea para bien, como todo. Sea por su felicidad y formación. Tan solo quisimos que el continente se agrandara, que cupieran en él las más ideas, que pudiera pintar con ellas y concretar una paleta de colores que le fuera útil a su persona y a los demás. Anoche todavía dudaba; mas hoy estoy contento y a su lado. Otro escalón subido, otro problema resuelto. Y seguimos a vueltas con la vida.
sábado, 10 de febrero de 2007
La primera, una poesía
Reducido a escombros,
su futuro.
En construcción
su soledad;
eso sí,
una sola.
Le llamó el soldado.
Atrayente figura
en carro de hierro.
El disparo,
ni se oyó.
¿Para qué?
Y ahí tienes,
en el suelo de cualquier Jerusalem,
los escombros
y la única soledad.
su futuro.
En construcción
su soledad;
eso sí,
una sola.
Le llamó el soldado.
Atrayente figura
en carro de hierro.
El disparo,
ni se oyó.
¿Para qué?
Y ahí tienes,
en el suelo de cualquier Jerusalem,
los escombros
y la única soledad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)