Hay gente comprometida hasta con el circo. En este caso a unos les crecen los enanos y a otros los granos. Triunfar llega a ser obsesión de payasos que pasean por la pista sus zapatones, pisando todo aquello que les rodea. Las funámbulas y los funámbulos llegan a fin de mes porque actúan en las alturas, sin red, mientras en la pista los equilibristas hacen cruces con tres euros, que ya es difícil, salvo que los uses para dibujarlas en la fina tierra. Por el contrario, aquellos que optaron por comprometerse con ellos mismos, sin blindar contrato alguno, sienten el triunfo cotidiano, y, a veces, sacan entrada para ver el circo. No tengo yo mejor premio que el que me doy a diario. Triunfar hacia dentro no prescribe, nunca caduca, no necesita de público con ansías de héroes que imitar. Y si lo necesitas, vas y te miras al espejo. La varita mágica no es un palito negro con las puntas blancas, es cualquier fecha en cualquier calendario en el que apuntas los sueños que quieres cumplir. Punto y final, que sé lo que me digo pero no dónde voy. Cada cual interprete lo que le venga en gana.